lunes, 29 de septiembre de 2014

La Isla de Gaia- Relato de Neminis Terra

*Prólogo:

Había una vez un planeta perdido en los confines del Universo, apenas un punto azul turquesa en la infinidad oscura del Cosmos. Dicho planeta no tenía nombre, pues nadie, ni siquiera los inmortales dioses, se lo había puesto nunca. En medio de sus aguas se alzaba imponente el país de Damosia, y no sería descabellado afirmar que sus habitantes eran únicos en todo el Universo…

En el centro oriental de este pequeño planeta se alzaban los únicos pedazos de tierra firme de toda la esfera, que formaban un conjunto de islas. El archipiélago estaba formado por una isla central de amplio tamaño, llamada Damosia. En su extremo Sur se situaba un círculo de siete islas, al que llamaban Las Hijas del Cielo, y que tenían en el centro de su círculo un pequeño pedazo de tierra en forma de estrella de cinco puntas, de nombre Raghia. Por último, tres islas se situaban pegadas a la costa Norte de Damosia, a las que se le puso el nombre de Tríada.

En el mismo centro de Damosia, y ocupando un gran espacio, había un enorme lago. Éste era llamado el Lago de la Vida, denominado así porque, según el Antiguo Conocimiento, se había formado cuando Gaia, la Gran Madre, había lanzado una roca del Cielo impregnada con su semilla para que surgiera la vida en esa tierra. La roca había formado un cráter en el centro de aquella isla y convertido el agua salada en agua dulce. Al entrar en contacto con el agua, aquella semilla comenzó a crecer y a tomar forma, adquiriendo poco a poco la figura de una hermosa mujer, que ascendió a la superficie y pisó la Tierra, su misma madre Gaia. La propia Tierra le infundió vida, sentimientos, sabiduría e inteligencia, y le marcó la frente con una mancha en forma de estrella. La Primera Señora sangró, y de las gotas de su sangre, llena de vida, surgieron sus Hijas al contacto con la Tierra. Después, la Primera Señora se acercó al agua, y de las gotas de su sangre al contacto con ella nacieron sus otros Hijos, los hombres.

Sus descendientes la llamaron Potnia, la Señora, la heredera de su diosa Gaia. Ella les enseñó a labrar la tierra y a cultivar el campo en cada estación, a fermentar el vino, a hacer pan y a cocinar la carne; a rezar a sus Dioses y en especial a su madre Gaia; a leer las señales divinas en las estrellas, en el vuelo de las aves y en las ondas del agua; creó una lengua común y una escritura, enseñándoles a leer y a escribir. Aprendieron de ella también el don de la Música, máxima expresión de su saber divino, fabricando instrumentos a gusto de los Siete Dioses. También ayudó a sus hijas e hijos a organizarse y así les dio leyes para que pudieran vivir en paz, escribiéndolas en la roca más alta de Raghia.

Una vez terminada su labor, Potnia fue llamada por Gaia para volver a su seno, pero los hombres y las mujeres le pidieron a la Gran Madre que dejase a Potnia en este mundo para cuidarlos y aconsejarlos. Gaia consintió así en que Potnia viviese con sus hijos en Damosia. Al término de su vida, especialmente larga por ser un espíritu divino, prometió a sus descendientes que su alma, y por tanto el de Gaia, estaría siempre con ellos, y que volvería a nacer en otro cuerpo en tiempos difíciles. Después de aquello, fue deseo de la Gran Madre que Potnia se transforma en un precioso roble, por lo que la Señora se sumergió en las profundidades de los bosques para acudir a la llamada de su diosa Gaia.

Así pues, las gentes de este mundo dejaron el trono de Damosia vacío, ya que no necesitaban  que nadie los gobernase. Ellos mismos decidieron que sólo la reencarnación de Potnia podría ocupar ese honor, puesto que solamente la conjunción de divinidad y de humanidad sabría llevar ese peso. De esta manera, había habido seis Señoras a lo largo de toda la historia de las islas, puesto que sólo nacían en momentos de dificultades; o tal vez no tendría por qué ser siempre así…


*Capítulo 1: La Reina de la Noche

Brianda caminaba bajo un cielo cubierto por un manto de brillantes estrellas. Sus pies se apoyaban en lo que parecía una nube oscura de extensión infinita. La luna, anormalmente cerca y extrañamente grande, brillaba intensamente a su espalda. De pronto, un estruendo casi ensordecedor le hizo girar la cabeza, y sus cabellos negros azabache se arremolinaron con violencia debido al fuerte viento. El brillo de la luna se intensificó, y varios jirones de niebla negra empezaron a moverse en frente de sus ojos, tomando poco a poco figura humana. En poco tiempo, Brianda reconoció la figura, y todo su cuerpo se agitó por una mezcla de felicidad y respeto: tenía antes sus ojos a una de los Siete Dioses, a la Reina de la Noche, a Maura.

La figura era mucho más grande que ella, tanto que su cabeza ocultaba casi totalmente la luna. La Diosa levantó la mano derecha con la palma abierta, en señal de saludo, y Brianda se acercó a ella, esperando su mensaje.

-Se acercan tiempos confusos, mi fiel servidora. Tú y los otros Sacerdotes debéis estar atentos, pues en breves la hija de nuestra madre Gaia volverá de nuevo a la Tierra de Damosia. Debes reunir a los demás para que estén prevenidos, e ir a visitar a la Suma Sabia. Que mis estrellas guíen tu camino, mi magnífica Sacerdotisa.

Brianda se levantó de un salto de su lecho, nerviosa y sudorosa. Casi inconscientemente se llevó la mano a la perturbación del centro de su pecho, en forma de triángulo invertido. La marca brillaba ligeramente, y le ardía por momentos. No podía perder más tiempo, debía convocar al Consejo de los Sacerdotes ya, porque no era normal que la Diosa le hablase en una noche que no era ni sagrada ni de peligro. Esto era importante, mucho, aunque no lo pareciese.

De inmediato se levantó de su lecho y se puso sus ropajes, atándose el corsé como buenamente pudo. Salió precipitadamente de su habitación en el Palacio de la Luna, cogió su yegua y se dirigió hacia el puente que conectaba la Isla de la Noche con la isla vecina, la de la Tierra, para despertar a la Sacerdotisa de Gaia y contarle lo ocurrido. En cuestión de minutos había travesado el puente y llegado al palacio de la sacerdotisa. Subió rápidamente las escaleras del torreón donde se encontraba su alcoba y aporreó la puerta sin ningún pudor.

-¡Maka! ¡Maka, soy Brianda, ábreme la puerta!- gritó nerviosa.

-¡Por todos los dioses del Universo, Brianda! ¿Qué escándalo es este? ¿Tanto revuelo por un simple sueño?- exclamó la Sacerdotisa de Gaia, estupefacta.

-Maka, la Diosa Maura me ha hablado. No ha sido un sueño ni una premonición, ni tampoco un augurio… Me ha hablado directamente, como si fuese el día Sagrado. Lo más raro de todo es que estaba extrañamente cerca de mí, casi podía tocar su cuerpo. Además, me ha hablado en la lengua común, y no en la Astral. Me ha dicho que la Señora está cerca, que hay que convocar a los Sacerdotes ya.

La cara de Maka, la sacerdotisa de la Tierra, la más anciana y sabia de los Sacerdotes, cambió por completo. Si Maura le había hablado tan claramente y de forma tan poco usual sería mejor convocar al Consejo y averiguar qué estaba pasando.

-Está bien, Brianda, cálmate. No es posible que la heredera de Potnia esté cerca, porque las Ancianas lo hubieran visto. No es lógico, no ha habido ninguna invasión, ni siquiera una traición. De todas formas, si Maura te ha dado este mensaje es que se nos está escapando algo. Convocaré el Consejo para mañana a la puesta del sol en la playa del Lago de la Vida, como siempre.

-Me parece correcto, pero debemos ser discretas. Los habitantes de Damosia no están habituados a ver al Consejo de Sacerdotes reunidos sin un motivo claro. Hasta que no estemos seguras de lo que pasa, el asunto no debe salir del Consejo.

-¿Por qué te crees que lo he convocado al anochecer? Sabes que a la caída del astro el acceso a la playa sólo está permitido en los días festivos o sagrados, así que nadie nos molestará. A primera hora de la mañana avisaré a los demás y prepararé todo lo necesario para la reunión. Tú vete a visitar a las Tríadas. Habla con las Hijas, las Madres y las Sabias, y pídele a la Suma Sabia que intente ver algo en las aguas.

-Está bien- suspiró Brianda tranquila.- Mil disculpas por todo, pero ya sabes que las que somos tocadas por el poder de Maura tenemos el sueño ligero y revuelto- dijo, finalizando la conversación con una sonrisa.

El camino de vuelta a casa fue totalmente diferente al de ida. Briana bajó las escaleras del torreón con más calma y sosiego. Al salir al exterior, respiró hondo el aire fresco que venía del mar. Mientras caminaba hacia el puente colgante llamó con un fuerte silbido a su yegua, montándose en sus lomos ágilmente. Subida encima del animal se quedó mirando el paisaje que se abría a sus ojos. La luna iluminaba suavemente las Hijas del Cielo, y sus rayos hacían brillar las claras piedras de los puentes colgantes que las unían. En el centro, la pequeña isla de Raghia se alzaba imponente, enmarcada a la vez por ese precioso cielo, por las islas y por la silueta de Damosia. Aquella era su casa, su tierra, su todo. Sólo de pensar que algo o alguien podía intentar destruirlo se le llenaban los ojos de lágrimas…

El sol acababa de aparecer por el horizonte cuando     Brianda salía de su palacio rumbo a la Tríada. Sin prisa pero sin pausa, recorrió las islas hasta el gran puente que conectaba con Damosia. Después de atravesar todo el extremo este de Damosia, apenas hora y media a caballo, llegó a la Tríada. En aquellas islas moraban una casta de mujeres que se encargaban de organizar la educación de los habitantes de Damosia y de guardar la sabiduría de toda su civilización. Esa estirpe había nacido de la gota de sangre de Potnia caída a la tierra más cerca del agua y de la gota de sangre caída al agua más cerca de la tierra, como si ese hombre y esa mujer hubiesen nacido para estar juntos. No obstante, sólo las mujeres vivían en la Tríada, durante toda su vida, dedicándose al saber y al estudio, lo que hacía que Brianda sintiese una admiración inmensurable hacia ellas.

Animada y nerviosa a la vez, cruzó las puertas del palacio de la primera isla, la isla de las Hijas. Ellas se ocupaban de estudiar el pasado y de administrar la biblioteca de Damosia. Brianda se había pasado en ella muchas horas de niña, estudiando historias sobre los dioses. Ensimismada en esos recuerdos, se sobresaltó cuando una muchacha de unos quince años la abrazó efusivamente.

-¡Brianda! Cuánto tiempo sin verte, hermana querida- dijo la joven Nala con una amplia sonrisa en sus carnosos labios.

-¡Nala! ¡Qué alta estás! Parece que han pasado años desde la última vez que te vi, cuando no han pasado ni tres meses.- contestó Brianda con alegría- He venido a pedir ayuda a las Hijas. ¿Puedes ayudarme tú o estás muy ocupada?

-Yo te ayudaré hermanita, no te preocupes. ¿Qué necesitas?

-Maura me ha hablado de una forma un tanto extraña. Necesito que averigües si en algún documento o registro hay constancia de que alguno de los Siete Dioses se comunicase con su sacerdote en la lengua común. Te pediría que lo hicieses con la máxima discreción posible, aún no nos hemos reunido en Consejo y nadie se puede enterar de esto…

-¡Claro, no te preocupes hermanita! Pero… ¿Acabas de decir en lengua común? Eso es muy extraño, y que yo sepa no hay ningún documento que trate el tema. De todas formas mi memoria no es perfecta, así que miraré en los registros más antiguos, a ver si encuentro algo.

Brianda se despidió de su hermana con un sonoro beso en los labios, y mientras Nala iba corriendo al archivo, ella se dirigió al puente que conectaba con la isla de las Madres. Al llegar, divisó a lo lejos a su propia madre, a la que poco le quedaba ya para trasladarse a la isla de las Ancianas. Entre besos y sonrisas, le contó todo lo que había sucedido, y le pidió que ejecutase un ritual de geomancia, para ver si algo iba en este momento. Ambas entraron juntas en el edificio de mármol, para dirigirse a una de las salas del piso subterráneo. La madre de Brianda cogió un cuenco lleno de agua del Lago de la Vida y lo puso sobre un altar sencillo que había en el medio de la estancia.

-Ya sabes que las Madres sólo tenemos el poder de ver lo presente, por lo que la geomancia sólo desvelará si se está llevando una mala acción ahora. Espero que te sirva de ayuda, mi niña.- dijo mientras cogía un puñado de arena virgen del fondo del Lago. Después de un momento de silencio, lo esparció en el agua del cuenco mientras recitaba por lo bajo fórmulas en lengua Astral. Al cabo de un pequeño instante, las arenas empezaron a recolocarse, tomando la forma de un triángulo invertido con la punta de la parte baja totalmente deformada, sin que las dos líneas llegasen a tocarse.

Brianda miró la forma de las arenas, extrañada. No sabía muy bien por qué, pero esa figura deformada le resultaba familiar. Apresurada, le dio las gracias a su madre y se encaminó a la tercera isla, la de las Ancianas. Debía hablar con la Suma Sabia lo antes posible.
Cuando llegó, las demás mujeres le explicaron que la Suma Sabia estaba en mitad de un culto que duraría todo el día. Brianda no podía quedarse allí, debía volver a su palacio para preparase para el Consejo. Un poco decepcionada, se sentó un momento en las escaleras del edificio. De repente vio acercarse por el puente al sacerdote de Piros, el dios del fuego, acompañado de una comitiva de mujeres vestidas de rojo. Brianda cayó en la cuenta de que dentro de unas semanas sería el día Sagrado de Piros, por eso la Suma Sabia estaría en el culto todo el día: ella y los encargados de la adoración  a Piros estaban preparando la festividad.

Unas horas más tarde, Brianda contemplaba la caída del sol desde la pequeña playa del Lago de la Vida. Mientras llegaba la noche y esperaba a los demás, la sacerdotisa de Maura paseaba con cara de preocupación y repasaba mentalmente lo que le iba a decir al resto del Consejo. El ruido de los caballos la sacó de sus pensamientos: había llegado la Sacerdotisa de Bathia, la divinidad del agua, junto con Maka. Instantes después llegaba la sacerdotisa de Ágape, la diosa del amor y del odio a la vez, el sacerdote de Aeraki, dios del viento, y el de Safes, dios del sol. Todos se reunieron con Brianda en la playa, charlando animadamente mientras esperaban al sacerdote de Piros.

Ebeón llegó con grandes prisas un momento después, con el ceño fruncido y con aspavientos de enfado. Él había sido el único reacio a convocar el Consejo tan precipitadamente, pero Maka había logrado convencerlo. Antes de empezar a debatir el problema, se agarraron todos de las manos, y mirando al cielo recitaron el juramento sagrado en lengua astral. Después, la sacerdotisa de Gaia comenzó a hablar.

-Hermanas y hermanos, un asunto divino es lo que nos ha traído hoy aquí. La Diosa Maura se ha comunicado directamente y en lengua común con Brianda- dijo, mientras los asistentes ponían cara de sorpresa.-Sacerdotisa de la Noche, cuéntale a los demás qué has visto.

-Sacerdotisas y sacerdotes, ya sé que convocar un Consejo por un sueño no es lo habitual, pero Maura me ha dicho que la Elegida está cerca, y me ha ordenado convocar el Consejo para…

-¡Oh, por todos los dioses! ¡Eso no es posible, las Ancianas lo hubiesen vaticinado! Estamos perdiendo el tiempo.- la interrumpió Ebeón.- ¿No sabes distinguir entre un simple sueño y una comunicación?

-Déjame terminar de hablar, sacerdote. Y sí, por supuesto que sé distinguirlos. Que sea joven no implica que no esté igual de preparada que tú para desempeñar este papel. Era una comunicación, estoy segura. Sentí su presencia y su poder. Estaba tan cerca de mí que casi podía rozar su piel de luz plateada. Me habló claro, me dijo que la hija de nuestra madre volvería de nuevo a Damosia en poco tiempo, que debíamos estar prevenidos.

-¿Y cómo es posible que la Suma Sabia no haya visto nada en las aguas? No tiene sentido que en el ritual de la semana pasada no saliera nada. Si la reencarnación de Potnia fuese a nacer dentro de poco, aunque fuese en diez años, lo habría visto- objetó la sacerdotisa del agua.

-Quizás los dioses no quieren que se sepa. Sus decisiones pueden resultar confusas a veces- respondió con calma el sacerdote de Aeraki.

-Tonterías. ¿Por qué los dioses iban a ocultarnos el regreso de Potnia? Es nuestra legítima reina, su regreso sería una alegría.

-Tienes razón, sacerdotisa de Ágape. Además, no hay ningún peligro, Damosia está segura. El regreso de Potnia carece de sentido.- sentenció Ebeón.

Después de horas de discusiones y razonamientos, Brianda no sabía qué más hacer. La sacerdotisa de Gaia era la única que estaba de acuerdo con ella: ambas querían que se diera el aviso a la población, para que en los nacimientos se controlase si el bebé llevaba la marca o no. Además querían que las Ancianas escrutasen los augurios todos los días y que la Suma Sabia consultara el futuro en las ondas del agua al menos una vez cada dos días. No obstante, Ebeón se oponía a todo y deseaba mandar a Brianda otra vez con las Tríadas a que se preparase más a fondo, y nombrar a otra sacerdotisa. La servidora de Bathia opinaba que se debía dejar el asunto en manos de los dioses y esperar a otra nueva visión, mientras que los sacerdotes de Aeraki y de Safes y la sacerdotisa de Ágape opinaban que se debía abrir una investigación en torno al asunto, dejando el tema en manos de las Madres.

Finalmente, a medianoche se decidió que mañana a mediodía irían todos a ver a la Suma Sabia, para que consultase los vaticinios y les ayudara a decidir qué camino tomar. Además, consiguieron que Ebeón entrase en razón, accediendo a abrir una investigación en torno al tema. Las Hijas y las Madres les ayudarían a estudiar los documentos más antiguos y a averiguar si cabía la posibilidad de que no hubiesen visto algún peligro interno. Así pues, quedaron en reunirse mañana en la isla de las Ancianas, y, con cansancio, volvieron todos a sus islas, cada uno a su ritmo.

Brianda se tiró en la cama, agotada. Por una parte estaba contenta de poder haber compartido el asunto con los otros Sacerdotes, ya que parecía que intentarían aclarar el asunto. Por otra, cada centímetro de su cuerpo y cada rincón de su alma le decían que algo no iba bien. Antes de acostarse, y para intentar tranquilizarse, subió al altar de la Noche en la cima del palacio. Cogió la botella de vino tinto y lo vertió en una copa negra mientras invocaba a las estrellas. Después, con el cuchillo ritual se hizo un pequeño corte en el brazo, de manera que la sangre se mezcló con el vino. Al tiempo que vertía la mezcla sobre el altar recitaba las oraciones a la luna y a su diosa Maura. Cuando terminó, se arrodilló delante del altar con las manos en alto, pidiéndole a la diosa que le ayudase a encontrar el camino de la verdad. Un poco más tranquila, recogió todo y se fue a sus aposentos a intentar dormir.

Después de una mañana de rituales varios, la sacerdotisa de Maura se hallaba deambulando por los pasillos de la biblioteca con su hermana Nala. Un presentimiento la había llevado allí antes de acudir a ver a la Suma Sabia. Cuando llegó, su hermana estaba a punto de coger el caballo para ir a la isla de la Noche: había encontrado algo en el archivo que a su hermana podría interesarle.

-Ayer me fui a buscar a los archivos inmediatamente después de hablar contigo. Al principio no encontré nada similar a tu caso, pero después de horas y horas investigando en todos los pasillos, decidí usar un ritual de búsqueda para ver si realmente había algo que pudiese interesarme.- La cara de Brianda brilló con entusiasmo al escuchar esto, y Nala siguió hablando con emoción.- Una copia de una inscripción en piedra, hoy perdida, cayó en mis manos. En el texto se hablaba de que Gaia le había hablado en lengua común a la Cuarta Señora.

-¿En serio? ¡Eso significa que yo tenía razón! Dame la copia, así podré explicarle al sacerdote de Piros que no confundo los sueños con las comunicaciones.-dijo Brianda con una gran sonrisa de felicidad.-Muchas gracias hermana, tu inteligencia es un verdadero don de los dioses.

Apresurada, se dirigió a la isla de las Ancianas. Entró corriendo en el edificio y se dirigió sin esperar a los demás sacerdotes a la gran sala de los sacrificios, en la planta subterránea, donde solía estar la Suma Sabia. Al cruzar la puerta, un escalofrío recorrió su cuerpo, pero debido a su felicidad momentánea no le dio importancia, y prácticamente saltó las escaleras de dos en dos hasta la sala.

-¡Suma Sabia! Tengo algo muy importante que contarle. Debo mostrárselo antes de que lleguen los demás porque…

Se le heló la sangre en las venas cuando vio la escena que se mostraba ante ella. Un charco de sangre fresca cubría macabramente las blancas losas de mármol del suelo. El líquido rojo todavía goteaba desde el altar, donde un cuerpo pálido y sin vida se hallaba retorcido en una horrible posición. Brianda se acercó un poco, todavía incrédula, para ver el rostro del cadáver que allí yacía. Un grito de terror inundó todo el edificio de una forma escalofriante. La sacerdotisa se llevó las manos a la boca mientras las lágrimas empezaron a caer de sus ojos: el rostro de la Suma Sabia se hallaba congelado en una mueca de terror y sorpresa, con sus blancos cabellos alborotados y salpicados de sangre, procedente de su cuello abierto.

En apenas unos instantes, otras Ancianas habían descendido a la sala, y los gritos y sollozos empezaron a resonar por toda la Tríada. La sacerdotisa de Gaia llegó un momento después, con gesto de preocupación y furia. Los miembros del Consejo se reunieron en el exterior. En sus caras se reflejaba el terror de lo que suponía un crimen así, algo que no había pasado jamás en la historia de Damosia.

-Esto ha sido un ataque no sólo a la cultura y a las costumbres de Damosia, sino también a los propios dioses- sentenció Maka con furia.- No entiendo cómo alguien de entre nosotros ha podido hacer esto. Se supone que la educación y las enseñanzas religiosas mantienen a raya los compartimientos amorales.

-No sabemos si ha sido alguien de dentro, sacerdotisa. – dijo Ebeón con voz compungida.- Es posible que hayan abierto un portal de otro mundo y los invasores hayan vuelto…

-No digas tonterías, Ebeón. Si se hubiese abierto un portal, hubiésemos sentido su energía. Está claro que debemos abrir una investigación y sacar al cuerpo de Defensa.- le contestó la sacerdotisa de Bathia.- Pero antes de nada debemos organizar los funerales y los rituales acordados. Después nombraremos a una nueva Suma Sabia.

Todos estuvieron de acuerdo en este asunto, por lo que cada uno se ocupó de preparar los rituales para los funerales de acuerdo con cada dios. Brianda todavía no se lo podía creer, le resultaba muy difícil comprender que un corazón estuviese tan podrido como para asesinar a sangre fría y en un lugar sagrado a la persona que más se preocupaba por el bienestar de Damosia. Ya de por sí un asesinato era algo terrible, pero esto era directamente un sacrilegio. Los funerales duraron siete días, uno por cada dios. A Brianda le tocaba ejecutar el último ritual: después de un día de sacrificios y rezos, se puso el cuerpo de la Suma Sabia en una balsa de madera sobre el Lago de la Vida, y mientras todo el pueblo recitaba una letanía alrededor del Lago, Brianda le prendió fuego a la balsa mediante un conjuro  en el momento en el que la balsa llegó al centro del lago.

Después de todos los rituales, la sacerdotisa de Maura estaba agotada, triste y furiosa, todo a la vez. Dudaba de sus poderes, de su capacidad y hasta de su propia conexión con la diosa. Todo el mundo consideraba que su sueño había sido un mal augurio. Unos le echaban la culpa de esto a errores cometidos en los rezos; otros hablaban de conjuraciones; y había incluso quien opinaba que Brianda había sido la autora del crimen. Al acabar la noche, se retiró al palacio a rezar y orar, a intentar aclarar sus ideas y calmar su alma. Al día siguiente se elegiría a la nueva Suma Sabia y empezaría a cabo una minuciosa investigación a todos los habitantes de Damosia. Ella misma la llevaría a cabo junto con Maka y el cuerpo de Defensa. Mientras preparaba las cosas para llevar a cabo una oración a Maura y a Gaia, un ruido la sobresaltó. Parecían pasos, pasos de alguien que llevaba prisa, pasos de un culpable quizás.

-¿Hola? Seas quien seas, muéstrate. He dado orden de que nadie me molestara. Sal de las sombras, he dicho. Incumplir las órdenes de una sacerdotisa atenta contra las leyes de Potnia.-dijo Brianda con un cierto temblor en la voz. Había dado orden de que nadie subiese allí, y únicamente otro sacerdote podría desobedecer su mandato.

-Deja de meterte en los asuntos que no te incumben, niña.-dijo una voz áspera desde las sombras.-No todos somos como tú, algunos actuamos.- La joven sintió un escalofrío por todo su cuerpo, y cansada ya de tanto jueguecito, convocó a la luz de la luna para que iluminara las sombras: el rostro de la figura que allí se encontraba le era de sobra conocido, pero además, el destello de luz le mostró algo que no esperaba…

-¡Tú! ¿Has sido tú verdad? La forma de las arenas… ¡Es tu marca! ¿Cómo te atreves? ¿Cómo has podido traicionar de esta manera tan horrible a tu pueblo? ¡Has perdido el juicio! Recibirás tu merecido castigo, de eso puedes estar seguro. ¿Pero cómo has podido perder el contacto con tus dioses de esta manera?

-Muchos estamos hartos de que todo siga igual. Es hora de que alguien capacitado tome el trono de este mundo…

-¡Jamás! No lo conseguirás. La Elegida está cerca y tú lo sabes, por mucho que nadie quiera creerme. Ahora mismo me voy a avisar a Maka. Recibirás tu castigo de inmediato.

-Puede que reciba mi castigo, o puede que no. De todas formas, tú no vivirás para verlo, mi querida sacerdotisa de la Noche

Los primeros rayos de sol iluminaban la terraza del palacio de la Noche. Unos ojos vacíos y sin vida contemplaban el precioso amanecer. El cuerpo de la joven sacerdotisa de Maura yacía inerte encima del altar ritual. No había sangre, pero eso no hacía que la escena que se encontró la sacerdotisa de Gaia no fuese tremendamente horrible. Ahora sí que estaba claro que la maldad empezaba a calar en lo más hondo de Damosia, y sólo los dioses y la propia Elegida podrían ayudarles a encontrar el camino de vuelta al Bien.


En ese mismo instante, ajeno a todo el horror que acababa de golpear otra vez Damosia, un llanto de un recién nacido rasgaba el silencio de los primeros albores de la mañana. La reencarnación de Potnia había llegado, pero nadie lo sabía todavía.

Blog del proyecto: Reivindicando Blogger

Relato anterior: Catón de Elder

Relato siguiente: Is the Crazy Writter